Día 284

Lo veo, veo sus arrugas marcadas, sus manos temblorosas, el poco pelo canoso bien acomodado bajo una boina beige. Veo su mirada nostálgica detrás de unos anteojos grandes y antiguos, veo su postura encorvada y el paso lento de una vida cansada, vestido con lo justo y necesario sin olvidar su suéter favorito. Pero también veo una persona con mucha historia, con mucha experiencia y que poco a poco, como la modernidad lo dicta que lo viejo es descartado, el se siente olvidado. Lo veo y me causa ternura. Lo veo, con sus años bien cumplidos y me desconsuela que tenga que estar trabajando en los días de tanto frío. Lo veo, y ahí está, cargando con la soledad de este mundo, con tantas ganas de contar algo y nadie que se detenga cinco minutos a escucharlo. Lo veo, y no entiendo porque le han perdieron el respeto, ni siquiera la generosidad o la lástima de pocos alcanza para darle un asiento en el transporte público. Lo veo, entre tanta impaciencia, tanta locura, tanta aceleración, y lo veo como se hace a un lado para no interferir en el camino de otros, y no ser la molestia de alguien más. Y aunque el no lo sepa, yo lo sigo viendo porque me recuerda mucho a mi abuelo, y me arrepiento tanto de no haberlo abrazado mientras lo tenía conmigo.

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