Día 331

La mesa de Navidad de Amelie ya estaba lista. La vajilla estaba perfectamente acomodada sobre el mantel decorativo, las copas para brindar estaban simétricamente colocadas en la fuente de plata reluciente, la música sintonizada en el volumen justo y por supuesto, el árbol con sus adornos y luces parpadeantes estaba preparado. Bajo de él posaban los obsequios aguardando a que sea la media noche para ser abiertos por los comensales. Amelie era de esas personas que calculaban todo de ante mano, desde el tenaz peinado hasta el repasador que colgaba del horno. No había nada que se le escapara de su vista ni de su vida. Como era de esperarse de la hija única de un matrimonio joven lo tenía todo, belleza, éxito laboral y una gran familia unida. Nadie podría dudar de la dicha que la rodeaba, nadie, excepto ella. Hacia tiempo que algo andaba mal desde que le hecho un vistazo a su corazón solitario. Sabía de pérdidas y ganancias, de formulas que le resolvían la vida a cualquiera, pero había cuentas que seguían dándole "x" a pesar de su amplia experiencia como ejecutiva de una empresa multinacional. Esa noche, la noche previa a la Navidad, se aparto del barullo de la casa, tomo una lapicera y un papel del escritorio de su padre y escribió sin meditarlo demasiado, fue breve y directa, sin tanta palabrería ni vergüenza. Solamente quería que se cumpliera su deseo:

"Quiero una inversión de amor a largo plazo."

Luego lo guardo en un sobre y lo colocó en una de las ramas del árbol. Su padre se le acerco por un costado y le pregunto: -¿No me digas qué todavía le pedís cosas a Papa Noel?. Ella sin dudar le respondió: -Hoy hago una excepción, pero shhhh... es un secreto. Su padre le regalo una sonrisa de complicidad y juntos se dirigieron al comedor para reunirse con los demás.

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