Día 362

Puedo imaginarme a mi misma caminando lentamente tomada del brazo de un ser muy querido, vestida de blanco con un hermoso encaje bordado, los zapatos altos con algunos adornos en dorados, y el peinado que consiste en una caída de cabello a un costado con bucles en las puntas; puedo imaginarme al cortejo arrojando los pétalos rosados divertidos porque no saben de que va la cosa; puedo imaginarme a los invitados, familia, amigos de la vida, compañeros de viaje y buenos momentos con sus ojos iluminados, alegres, emocionados, esperando por el Si Quiero; puedo imaginarme el lugar perfectamente ambientado fríamente calculado, velas y luces y flores, la alfombra larga y estrecha que conduce al altar, aquel sitio tan anhelado; puedo imaginarme todo eso en una noche cálida de primavera con las estrellas iluminando el cielo azul rasante y la luna llena siendo testigo de todo aquello; también puedo imaginarme el cosquilleo en el estómago, el temblor sobre las rodillas, la sensación de frío por los nervios, la boca seca, el nudo en la garganta, las lágrimas contenidas y el calor de los pómulos. Puedo imaginarme mucho más, ilimitadamente, y hasta en las cosas que pocos invitados se percatarían de su existencia, excepto una cosa, la esencial, la que sin esa parte no se podría concretar el todo, el momento mágico, el gran paso. Lo que me falta imaginar de la historia es a aquella persona que va estar en el altar esperando por mi, para recibirme, para tomarme y aceptarme y quererme y respetarme y cuidarme y nunca pero nunca dejarme. Se que está, veo su traje y sus manos entrelazadas aguardando por mi, pero no veo su rostro ni su brillo en los ojos. Mi futuro esposo no está.

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