Día 156

La madre le suplicó que fuera paciente, y que sólo así, a la larga o a la corta, todo llegaría. Le aseguro que las tormentas por más fuertes que fueran, siempre cesarían y el sol volvería a brillar. La quiso convencer, que quien corre tras lo que desea porque sí, podría perderlo todo, hasta lo que no tiene. Pero a ella no le importó, y dejándola con las palabras en la boca salió al mundo a hacer de las suyas, porque claro, ella se creía que ya estaba bastante grande para escuchar los consejos anticuados de una señora pasada de moda. Y con la fuerza de un torbellino intentó llevarse el mundo por delante, pero fue el mundo quien acabo primero con ella. Quería triunfar y no estaba dispuesta ah aceptar un no como respuesta. No podía soportar ver en ella el fracaso de su madre, al mirarse en el espejo. Ella quería ser alguien, mucho más que alguien. Pero el camino al éxito le termino demostrando que a veces eso no es lo mejor o lo que realmente se quiere. Había fracasado, si, pero ese fracaso le dio el orgullo y valor para sentirse realizada, y que por más que no halla ganado absolutamente nada, había conseguido la confianza suficiente para volver a intentarlo, pero de la forma correcta. El fracaso era el reconocimiento que obtuvo por haberlo intentado, y no por eso fue una perdedora. El único perdedor es el que no tiene las agallas para salir a luchar y autosuperarse. Ella si lo hizo. Con humildad regreso y le pidió perdón a su madre por haber sido tan necia, y ella no dudo en abrazar a su hija con gran emoción, porque había aprendido la lección, con raspones y heridas, pero eso también es parte de la vida.

Quien corre rápido, puede terminar estrellado.

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