Día 220
Afuera hace frío y todavía no ha dejado de llover, tengo varios libros a medio leer y una canción que revolotea en mi cabeza como disco rayado, tan preciosa como insoportable. Una taza de chocolate caliente que se vuelve inacabable junto a una pila de cartas que temo releer. Aún están colgadas nuestras fotos por toda la habitación. Realmente quiero deshacerme de ellas, pero siempre pensé que se veían muy bonitas sobre el papel tapiz tan pasado de moda, que siguen ahí, decorando algo que hace tiempo empezó a doler. Soy lo que soy, y no se cuándo ni cómo lo empece a ser, pero coleccionar recuerdos se volvió mi pasatiempo favorito. Un deporte extremo. Lo se, hasta un mal habito, el peor de todos quizás, pero nadie puede cambiar lo malo, salvo lo bueno para empeorar. Es como un espejo sucio y cuánto más lo queremos limpiar, peor queda. Y cuando se intenta arreglar algo que se tiene más que asumido que no tiene arreglo, es tristísimo, y ahogarse entre lo que fué y el sueño iluso de lo que nunca será, es más duro todavía, pero no te das cuenta hasta que pasaron los años y estás atascado entre todo aquello que llega hasta el techo de tu vida. Mi reloj se quedo sin pila hace días o semanas, pero nadie necesita un reloj cuándo lo único que hace es viajar al pasado. Aún tengo el amargo chocolate esperándome, y lo que menos necesitaría en este momento es a alguien recordándome que ya está más frío que caliente.