Día 212
Me levante temprano por una única razón: necesitaba un vestido. Pero no podía ser cualquier vestido, no señor, tenía que ser El Vestido, ese que uno lo vé, se lo prueba y se lo lleva puesto. Volviendo a las 9.30 de la mañana, me puse ropa para salir, zapatillas estilo rock star (imprescindibles para ocasiones como estas en las que uno camina y camina pero que no le molesta hacerlo sólo porque se trata de: ir de shopping) y me acomodé un poco el pelo para terminar y salí con el bolso de cuero, y las esperanzas a cuesta.
No recuerdo a cuantas tiendas de ropa habré entrado, cuantos perchas habré descolgado y vuelto a colgar, y de cada uno salía más desilusionada que del anterior. Demás esta decir que vestidos había, gran variedad y ni hablar de los precios, pero no era cuestión de la plata o del detallito que tenía uno y que no tenía otro. Elegir un vestido es realmente un trabajo exhaustivo y no podía ponerme lo primero que se me cruzara en la vista. No señor, tenía que ser algo digno de mi persona, algo que mostrara el esmero que puse para conseguirlo, algo que dijera: llegue yo. Nada exótico ni excéntrico igual, aclaro, pero tenía que ser algo que cuando yo lo viera antes que nada, se iluminara con rayos de luz así como pasa en los dibujos animados con ese *aaaaahhhhhh* de ángeles entonado con sus voces tan angelicales.
Ultima tienda y ya sin una gota de esperanza: entro. No hay moros en la vista, más que la vendedora y su ayudante que se acerca con una sonrisa tímida.
-¿I can help you?. ...No mentira... -¿Te puedo ayudar en algo?
(Mi mente: Decíle que no, sino te va a pasear por todo el local al reverendo p...).
-Si. Estaba buscando un vestido para mi.
Volvió a sonreír, esta vez en una forma más complacida, como si tuviera la solución. Y parece que así fué. Al principio me mostró dos modelos totalmente desagradables a mi gusto, pero el tercero fue... *aaaaahhhhhh* (voces de ángeles y rayos de luz)... Fué el elegido. Me lo probé y habré estado unos quince minutos (mínimo) frente al espejo mirándolo, algo atontada ya.
-Te calza justo, como anillo al dedo. -Dijo la otra vendedora que estaba en la caja.
Entendí su indirecta, me quedaba bien pero en realidad lo decía porque ya quería cerrar el local para irse a comer y a dormir la siesta seguramente. Lo pague, no por complacerlas a ellas sino porque realmente me había hipnotizado.
Noche, 21.30, el auto me dejo en la esquina acordada. Afuera estaba fresco pero se podía estar. Estaba impaciente, ansiosa, con la mente maquinando a mil por horas, las piernas me temblaban tanto que parecía que en realidad tenía frío, pero no, eran los nervios. Y estaba feliz, me prepare, no deje pasar ni un detalle y me puse mi vestido... Y me encantaba, era ideal, y no tenía otra palabra que quedara mejor para describirlo. Sólo faltaba que él llegara, me viera y me dijera que le gustaba tanto como a mi, o más (¿Por qué no?). Ya hacía tanto tiempo que no lo escuchaba decirme algo lindo, que ahora lo necesitaba más que nunca.
Y lo espere, lo espere y lo seguí esperando. Pero nunca llego, y yo me quede con las ganas de escucharlo, de abrazarlo, de besarlo, y obviamente, de que me viera así tan arreglada como solamente nosotras las mujeres sabemos hacerlo... para que se sintiera orgulloso de mi. Y para el final de esa noche, no puedo decir que mi vestido termino en las mejores manos, más que empapado por mis propias lágrimas y unas manchas de halado de dulce de leche (que por cierto, fué el mejor helado de dulce de leche que jamás halla probado hasta ese día).
El momento feo lo supere y a él nunca más lo volví a ver.
Mujeres: No gasten todo su sueldo en algo que nadie más que ustedes mismas pueden valorar.
Hombres: Avisen con anticipación si van a faltar a una cita (piensen que un vestido sale encima de 150$ y un mensaje 0.75$. ¡Media pila!).
No recuerdo a cuantas tiendas de ropa habré entrado, cuantos perchas habré descolgado y vuelto a colgar, y de cada uno salía más desilusionada que del anterior. Demás esta decir que vestidos había, gran variedad y ni hablar de los precios, pero no era cuestión de la plata o del detallito que tenía uno y que no tenía otro. Elegir un vestido es realmente un trabajo exhaustivo y no podía ponerme lo primero que se me cruzara en la vista. No señor, tenía que ser algo digno de mi persona, algo que mostrara el esmero que puse para conseguirlo, algo que dijera: llegue yo. Nada exótico ni excéntrico igual, aclaro, pero tenía que ser algo que cuando yo lo viera antes que nada, se iluminara con rayos de luz así como pasa en los dibujos animados con ese *aaaaahhhhhh* de ángeles entonado con sus voces tan angelicales.
Ultima tienda y ya sin una gota de esperanza: entro. No hay moros en la vista, más que la vendedora y su ayudante que se acerca con una sonrisa tímida.
-¿I can help you?. ...No mentira... -¿Te puedo ayudar en algo?
(Mi mente: Decíle que no, sino te va a pasear por todo el local al reverendo p...).
-Si. Estaba buscando un vestido para mi.
Volvió a sonreír, esta vez en una forma más complacida, como si tuviera la solución. Y parece que así fué. Al principio me mostró dos modelos totalmente desagradables a mi gusto, pero el tercero fue... *aaaaahhhhhh* (voces de ángeles y rayos de luz)... Fué el elegido. Me lo probé y habré estado unos quince minutos (mínimo) frente al espejo mirándolo, algo atontada ya.
-Te calza justo, como anillo al dedo. -Dijo la otra vendedora que estaba en la caja.
Entendí su indirecta, me quedaba bien pero en realidad lo decía porque ya quería cerrar el local para irse a comer y a dormir la siesta seguramente. Lo pague, no por complacerlas a ellas sino porque realmente me había hipnotizado.
Noche, 21.30, el auto me dejo en la esquina acordada. Afuera estaba fresco pero se podía estar. Estaba impaciente, ansiosa, con la mente maquinando a mil por horas, las piernas me temblaban tanto que parecía que en realidad tenía frío, pero no, eran los nervios. Y estaba feliz, me prepare, no deje pasar ni un detalle y me puse mi vestido... Y me encantaba, era ideal, y no tenía otra palabra que quedara mejor para describirlo. Sólo faltaba que él llegara, me viera y me dijera que le gustaba tanto como a mi, o más (¿Por qué no?). Ya hacía tanto tiempo que no lo escuchaba decirme algo lindo, que ahora lo necesitaba más que nunca.
Y lo espere, lo espere y lo seguí esperando. Pero nunca llego, y yo me quede con las ganas de escucharlo, de abrazarlo, de besarlo, y obviamente, de que me viera así tan arreglada como solamente nosotras las mujeres sabemos hacerlo... para que se sintiera orgulloso de mi. Y para el final de esa noche, no puedo decir que mi vestido termino en las mejores manos, más que empapado por mis propias lágrimas y unas manchas de halado de dulce de leche (que por cierto, fué el mejor helado de dulce de leche que jamás halla probado hasta ese día).
El momento feo lo supere y a él nunca más lo volví a ver.
Mujeres: No gasten todo su sueldo en algo que nadie más que ustedes mismas pueden valorar.
Hombres: Avisen con anticipación si van a faltar a una cita (piensen que un vestido sale encima de 150$ y un mensaje 0.75$. ¡Media pila!).