Día 226

Hubo una vez en que dos personas tan opuestas cómo el Norte y el Sur, hasta cómo el agua y el aceite, se cruzaron, se gustaron, se enamoraron. Eran dos desconocidos, y sin querer queriendo se dejaron llevar perdidamente el uno por el otro. Todo empezó con uno de esos mensajes que nunca espero que ella leyera: Sos mi escritora favorita, quería que lo sepas. Y ella le respondió con un cortante Gracias que jamás imagino lo que conllevaría una simple palabra como esa. Un click inesperado. Demás está aclarar que lo suyo no era el tipo de amor que se ve en la vida real. No. Más bien, lo suyo era pasión y lo prohibido de todo ese rollo, los atraía de una forma tan poderosa que no había razón superior que les negara ese deseo de pasar el resto de sus vidas juntos. Y ahora que sabían de la existencia del otro, querían que sus vidas empezara ya. Pero como todo amor clandestino, estaban destinados a vivir y a recrear ese fugaz amor separados. ¿Porqué no? Pensaban. Porque no. Porque ambos ya tenían sus pretendientes, y para rematar a la tragedia, la distancia los separaba a pasos agigantados. La realidad es que el destino ya estaba escrito, la suerte echada, y las esperanzas desechadas. Jamás sentirían una caricia sobre la mejilla ni mucho menos un beso breve pero sincero, y la vida ya había predeterminado que no podrían verse jamás cara a cara y que debían continuar con sus vidas de forma paralela, en pocas palabras, cada uno por la suya. Les gustase o no, esto no era la luna de Valencia.

Amanecí pensando en esto. ¿Qué loco no? Cómo sí cosas como estas pasaran todos los días, cómo si chismes como estos se contaran en cualquier peluquería, cómo si historias como estas se vieran a la vuelta de cualquier esquina.

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