Día 350

Volver de un viaje siempre implica adaptarse a nuevos cambios, ver más allá de lo perceptible, comprobar que algo no anda bien o que marchan demasiado bien como para desafiar a la duda, que las cosas están patas arriba, que el ambiente se siente algo distinto, incómodo o más agradable de lo normal. Es reconocer que algo o alguien falta, que el humor tiene un nuevo sentido o que esta teñido de nostalgia. Es ver que las cosas han envejecido de golpe y que están a dos centímetros de su lugar de origen, que las prendas que cuelgan en las perchas ahora tienen más arrugas desde que se guardaron, que aquellos libros ahora están cerrados y apilados en una estantería en vez de la mesa de luz habitual, que las tazas de café ya no tienen ese gusto a café y que incluso la contestadora no ha guardado ningún saludo afectivo como se estimaba recibir, y lógicamente, para borrar en los próximos minutos. Volver para quedarse, para despertar viejos sentimientos, para revivir un lugar deshabitado y probar lo obvio, que por más que se le quiera dar vuelta al asunto todo esta exactamente donde se había dejado, que los afectos no se habían roto y que el ambiente sólo necesitaba ventilarse con aire fresco y buena música. El único que estaba fuera de lugar porque había cambiado era uno mismo y todo lo demás no era más que producto de la imaginación.

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