Día 361
Miércoles 6 de Marzo. Hora 7:10 am. Ciudad del caos, gente que va y viene, transportes abarrotados, pensamientos dispersos y soñolientos y un aroma a café con medialunas abunda en el aire. En medio de todo aquello, de todas esa preocupaciones, del mal humor recién amanecido y las contestaciones dichas en monosílabos, hay alguien, cualquiera, indiferente, que pidió un deseo. Un estúpido e insignificante deseo: que Dios le regalara la posibilidad de volver a verlo. A nadie le importaba, ni siquiera a esa persona invocada. Demás esta decir que ni lo sabía. Como ya dije, era un absurdo deseo que pasaba desapercibido entre las cosas realmente importantes. Pero sucedió, como pueden suceder las cosas imposibles, este se cumplió. Y esa ansiedad acumulada se difuminó cuándo apareció, y la mejor parte de la historia es que ahora sabe que esa alegría durará cuatro veces más de lo esperado. Y así mismo, en este preciso momento, alguien más en algún rincón del planeta debe estar pidiendo otro deseo y aunque parezca tonto las cosas insignificantes también suceden.
Y si, ese deseo insignificante me pertenecía a mi.