Día 399

Te veo al otro lado de la cama, con tus pestañas aún caídas, el cabello revuelto sobre la almohada, un lunar perteneciente a alguna constelación, escurridizo que se asoma sobre el mentón y la respiración perfectamente sincronizada con los latidos del corazón. Te veo ahora así te retrato en mi mente mejor, porque cuándo suene el despertador ya no habrá rastros tuyos, ni habrá tiempo para una despedida ni mucho menos para un desayuno compartido. Vos y tus obligaciones, vos y tus complicaciones, vos y tus excusas, siempre vos pero nunca yo. Te veo mientras me imagino que ese día preferirás quedarte cinco minutos más, que dejaras de pensar en lo patético que pueden ser dos personas hablando de amor con la misma pasión que se puede hablar de fútbol y la complicidad de dos niños que guardan un secreto. Sólo cinco minutos más son los que me sobran a mi para verte despertar y marchar por la puerta principal a la velocidad de la luz, mientras yo analizo la situación e intentando evitar que el amor no se hunda en la monotonía sin dejar de ser amor, como si fuera un problema de cálculos.

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